En El infiltrado, Cranston también interpreta a un tipo común que por circunstancias extraordinarias se convierte en una pieza clave del narcotráfico, aunque -claro- en tiempos, lugares y situaciones muy diferentes. Inspirado en un personaje real, el actor encarna a Robert Mazur, un agente encubierto que -con el nombre de Robert Musella- se infiltró en 1986 en la intrincada red (ingreso y comercialización de drogas en los Estados Unidos, corrupción y lavado de dinero con bancos panameños con tentáculos en todo el mundo) cuya cabeza no era otro que Pablo Escobar.

Brad Furman (El inocente y Runner runner) dirigió con indudable oficio y convicción un guión correcto (¡lo escribió su madre!) que contó no sólo con el aporte decisivo de Cranston sino también con buenos intérpretes en papeles secundarios: desde los de origen latino como John Leguizamo, Benjamin Bratt y Elena Anaya hasta la alemana Diane Kruger o la mítica Olympia Dukakis.

Aunque no funciona con igual eficacia en todos los niveles (es bastante pobre la descripción de la dinámica familiar de Mazur cada vez que vuelve al hogar luego de coquetear con el lujo ostentoso de los cárteles colombianos), El infiltrado es un atractivo thriller “basado en hechos reales”, subgénero que Hollywood no para de alimentar, en el que se luce también la reconstrucción de época. Es que la película alcanza a transmitir sin apelar a demasiados lugares comunes las contradicciones entre los excesos de la década de 1980 en el estado de Florida y el conservadurismo propio de la administración de Ronald Reagan.

El infiltrado no es una película particularmente innovadora, pero aunque sea subsidiaria de   decenas de films y series no deja de ser un producto noble y sincero. Y con el plus de tener al frente a ese actor magnético, inteligente y multifacético que es Bryan Cranston