viernes, 21 de septiembre de 2012

A Roma con amor

Rodar en la cuna de la civilizacion le ha supuesto a Woody Allen no desarrollar una idea sino filmar un pack de ellas de diferente entidad. Cine fácil, escrito mientras paseaba, exprimiendo su momento de producción/colección de ciudades del mundo (Europa), pero lleno de amor por el cine. Reconoce que no es su obra maestra, creo que ya la ha hecho y ahora quiere ser un buen artesano. Roberto Benigni, solido como siempre, aporta unos gags y diálogos en los que sube muchos grados la seducción del film. Cuatro historias rinden homenaje a los grandes del cine italiano, con distancia y respeto.Cualquiera de ellas hubiera podido ser otra película desarrollándolas. Además de Beningni irrumpen en el espacio romano del coliseo, un director de orquesta, Woody Allen, su esposa Judy Davis y una prostituía de lujo, la muy directa Penelope Cruz. Turística en su apartado de piedras soleadas, pizzerias clásicas y cafeterías mecidas por las brisa de sorrento, con la guinda del guardia urbano que asume el caótico conducir de los romanos motorizados. En un símil igual intenta hacer el director de NY con sus personajes contradictorios, fracasados y falsos. Como el arquitecto Alec Baldwin eregido en protector del joven Jesse Eisenberg y de Ellen Page. La banda sonora abandona por una vez el jazz new orleans y se satura de música italiana, desde Volare hasta acabar con todos los clásicos. Pensada como un catalogo de obscenidades, quería titularla The Bob Decameron. Cine para distraerse, película por año, 45 títulos ya. Un oficio del que solo le retiraran dice Allen, el infarto o los inversores mientras su mundo se hunde a gran velocidad, Los dioses del olimpo quieran que no se vaya  nunca.

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